lunes, 28 de febrero de 2011

Grandes Almacenes El Siglo: un bazar que reclamaba una novela

En los últimos años del siglo XIX se vivía en todo el mundo una euforia finisecular. El siglo XX traía la promesa del progreso, con sus anuncios de cambio. Abundaban por doquier los nombres que hacían referencia a este cambio de centuria, y los fundadores de el almacén más emblemático de Barcelona no dudaron al bautizar su comercio como Grandes Almacenes de El Siglo, aunque la gente hizo suya la denominación abreviándola -"El Siglo", sin más- o catalanizándola -"El Siglu" o "El Segle". Con todo, los almacenes que estaban destinados a convertirse en un establecimiento mítico de la historia de la ciudad condal abrieron sus puertas en 1882 en la Rambla dels Estudis. La historia, sin embargo, empezó un poco antes.

Eduardo Conde, uno de los nombres propios indisociables al de El Siglo, era un madrileño hecho a sí mismo. Viajó muy joven a La Habana, donde conoció a Dionisio Gómez del Olmo, un importante hombre de negocios, que muy pronto se convirtió en su mentor. Casado con la heredera del empresario, Cecilia Gómez del Olmo, Eduardo Conde emprendió un viaje a Estados Unidos, donde puede que forjara su talante comercial entrando en contacto con importantes grandes almacenes americanos, como los neoyorquinos Sears o Macy's o Marshall Field's, en Chicago, en los que se inspiró para su futuro imperio. 
De vuelta a España, se instaló en Barcelona, donde abrió, junto a su cuñado, una camisería en la parte baja de la Rambla de Santa Mònica. La sociedad se llamó "Conde, Puerto y Compañía". La expansión del negocio fue tal, que en 1882 compraron el edificio de los números 5 y 7 de la Rambla dels Estudis, al lado del Teatro Poliorama -todavía existente- y abrieron los Grandes Almacenes El Siglo.

Algunos han visto en la familia Conde el ejemplo de los empresarios catalanes. Poco amigos de grandes alaracas, los grandes almacenes fueron expandiéndose a medida que el público los benefició con su apoyo, hasta que llegaron a ocupar cuatro edificios, con una extensión total de 10.000 metros cuadrados y 1.500 trabajadores. Tuvieron cuerpo de bomberos propio, ofrecían salarios dignos a sus trabajadores y una serie de beneficios de carácter social muy extraños en su época, como vacaciones pagadas o atención médica. Fueron, además, pioneros en mucho más, desde la venta por correo hasta la existencia de una cafetería en el interior del edificio. En El Siglo las señoras podían elegir las telas para sus vestidos y encargar su confección al taller de modistas, instalado en el mismo edificio. También era posible tomarse un retrato, escribir una carta, visitar una exposición de pintura, vestirse de duelo o adquirir una cristalería fina.




Leyenda propia tienen "las sigleras", como se conocía a las empleadas del establecimiento. El escritor Sempronio, cronista de la ciudad Condal, ha descrito cómo a la salida del centro esperaba todos los días una multitud sólo por ver a las trabajadadoras abandonar el local. No sólo tenían fama de guapas y educadas, sino que vestían de uniforme y eran seleccionadas de entre la clase media barcelonesa, lo cual era sinónimo de excelencia. No en vano se dice que entre las empleadas del establecimiento se contaron incluso personalidades, como la esposa del futuro presidente Josep Tarradellas, Antònia Macià.

La leyenda de El Siglo terminó de forma abrupta la madrugada del día de Navidad de 1932, cuando una chispa en un escaparate de juguetes prendió el voraz incendio que terminó con todo aquel esplendor en unas pocas horas. Las magnitudes del incendio fueron tales que no sólo intervinieron los bomberos, sino que se pidió ayuda al ejército. Todo resultó en vano. El emblema ciudadano se consumió hasta los cimientos y en su lugar sólo quedaron un puñado de hierros retorcidos. Las pérdidas fueron millonarias, precisamente por las fechas navideñas en las que se produjo el suceso: los almacenes estaban rebosantes de género. Poco después se decidió su demolición total, hasta el extremo que en parte de los terrenos que había ocupado se abrió una calle -la actual Pintor Fortuny- que antes no tenía salida a Las Ramblas. 
La familia Conde reconstruyó el establecimiento en tiempo récord, y en 1934 abrieron las puertas de un nuevo local, en la calle Pelayo. Sin embargo, la guerra civil, que no tardó en llegar, seguida de la Segunda Guerra Mundial, la crisis económica de la postguerra, la muerte de algunos de los miembros más activos de la familia y el cambio decisivo en la sociedad y las costumbres, impidieron que aquel antiguo esplendor se recuperara nunca más.
La leyenda del primer El Siglo feneció entre los escombros.




domingo, 20 de febrero de 2011

Recupero una entrada de mi blog: Quince meses de obsesión


Hace quince meses, exactamente en agosto de 2009, decidí escribir una novela sobre la memoria de una familia burguesa. Comencé a leer. Biografías y memorias, al principio. Epistolarios, artículos, alguna que otra novela (pocas: leo pocas novelas cuando escribo una novela). Me sumergí, literalmente, en algunas hemerotecas reales y otras virtuales. Escribí y escribí.
Luego, como siempre ocurre, la novela se encalló. Cambié el narrador. Fue la primera de las dos veces que lo hice (un horror). La di por perdida definitivamente el día de mi cumpleaños de este año, exactamente el día en que cumplía 40. Anuncié a mis cuatro lectores de confianza: "He tirado la novela a la basura". Los cuatro se enfadaron, cada uno a su modo, pero los cuatro quisieron leerla. Deni dijo: "Estos personajes parecen amebas. Haz que les ocurran más cosas y salvarás la novela". Francesc dijo: "Lo más interesante son los recursos A y B. Explótalos más y salvarás la novela". Sandra dijo: "Me dan ganas de saber más. Termínala". Ángeles dijo: "Los personajes son seres humanos. Quiero conocerles."
Así que la resucité y la reescribí de cabo a rabo. Hubo un momento en que tenía cuatro versiones (numeradas del 1 al 4), y no sabía cuál era la buena. Maté personajes, nacieron otros, le cambié la vida entera a la protagonista (le puse un amante, se lo quité, la hice soltera, casada, malcasada, estéril, con hijos...), eliminé más de 120 páginas... Luego llegó el verano y me fui al lago de Como, en el norte de Italia.
Allí, mirando las montañas, todo cobró sentido. A mi lado estaba Ángeles, y eso nunca es un detalle que deba ocultarse. Ángeles inspira. Tanto como el lago de Como o más.



Desde el 25 de agosto escribí compulsivamente. Llegué al número de páginas que había previsto (300) pero la historia necesitaba algunas más para cerrarse. Seguí adelante. En los últimos meses, desperté casi cada noche urgida por apuntar escenas, diálogos, nombres, pequeños y grandes detalles. Algunas noches más de tres veces. Pura obsesión. Luego pasé más de tres meses "terminando la novela".
Y de pronto, un día de noviembre a las 13:54, la novela se terminó. Escribí la última frase, que tiene 12 líneas, seguida del punto final. Luego hice constar (como suelo): "Esta novela se escribió en Mataró, Madrid, Turégano y Como entre abril de 2009 y noviembre de 2010". Un segundo después, me daba lástima haber terminado la novela. ¿Cómo voy a vivir sin ellos? ¿Sin Amadeo, sin Rodolfo, sin Violeta, sin Teresa, sin Concha...?
Me quedaba aún la corrección -temible- y la larga y hermosa etapa de edición, mano a mano con Miriam, mi editora. Pero ellos, mis personajes, ya se habían desgajado de mí. Ya sé que no hay quien me entienda, pero les eché enseguida de menos.
Luego comencé a sentirme feliz de haber terminado una historia que, a decir de uno de esos lectores en quien tanto confío, a día de hoy es lo mejor que he escrito nunca. Ahora lo que más deseo es que llegue a otras manos y haga reír, emocione, permita disfrutar a otros. Ya será muy, muy pronto y este lugar, el primero donde dé cuenta de todo ello.

* Las imágenes: en el lago de Como.

viernes, 18 de febrero de 2011

Esperar

Los días previos a la salida de una novela son extraños. De algún modo, te pasas el día hablando de algo que no existe más que para ti y para unos pocos compañeros de viaje. Por lo general, has pasado tanto tiempo entre revisiones, correcciones y manías de última hora que ya te cuesta mucho trabajo hallar en tu historia aquello que te llevó a escribirla, la emoción que te arrancó de la vida normal y te volvió una rata de archivo, una usuaria a tiempo completo de cierta biblioteca, una mujer que día, tarde y noche no sabía más que hablar de los años que estaban corriendo por su cabeza, llenos de personajes extravagantes. De esa euforia, digo, no queda nada en estos días de espera. Me cuesta saber qué dicen las páginas de mi novela, estoy en un estado de letargo, de hipnosis, de ensimismada espera. 

Dicen que en unos pocos días veré el primer ejemplar. Lo estoy deseando. Acariciar la cubierta brillante y pensar: "Existe, al fin". Ver mi foto en la contracubierta y constatar que es cierto, que la autora soy yo, que no me lo he inventado, que todos esos lectores que ya la han leído no mienten cuando me cuentan que les ha gustado, que el libro está aquí y es palpable.
Se me está haciendo muy largo. Y eso que hace ni cuarenta y ocho horas le escribí a alguien en un correo electrónico: "No te preocupes. Soy una profesional de la espera".
Qué falsa.

miércoles, 16 de febrero de 2011

miércoles, 9 de febrero de 2011

El arranque


—Algún día contaré todo lo que recuerdo y los muertos se removerán en sus tumbas —le susurró Concha una vez a su querida Aurora.
La vida no le brindó demasiadas oportunidades para hablar largo y tendido. Aunque tal vez ese sólo fuera uno de los motivos por los cuales Concha nunca le contó a nadie todo lo que recordaba. 

lunes, 7 de febrero de 2011

jueves, 3 de febrero de 2011

Las compras de Maria del Roser Golorons






* Esta factura, sobre la base de una original de 1890, reproduce la compra que una de las protagonistas realiza en los Grandes Almacenes El Siglo, de Barcelona, en el primer capítulo de la novela y forma parte de los materiales de cortesía para libreros elaborados por Editorial Planeta.

martes, 1 de febrero de 2011