Eduardo Conde, uno de los nombres propios indisociables al de El Siglo, era un madrileño hecho a sí mismo. Viajó muy joven a La Habana, donde conoció a Dionisio Gómez del Olmo, un importante hombre de negocios, que muy pronto se convirtió en su mentor. Casado con la heredera del empresario, Cecilia Gómez del Olmo, Eduardo Conde emprendió un viaje a Estados Unidos, donde puede que forjara su talante comercial entrando en contacto con importantes grandes almacenes americanos, como los neoyorquinos Sears o Macy's o Marshall Field's, en Chicago, en los que se inspiró para su futuro imperio.
De vuelta a España, se instaló en Barcelona, donde abrió, junto a su cuñado, una camisería en la parte baja de la Rambla de Santa Mònica. La sociedad se llamó "Conde, Puerto y Compañía". La expansión del negocio fue tal, que en 1882 compraron el edificio de los números 5 y 7 de la Rambla dels Estudis, al lado del Teatro Poliorama -todavía existente- y abrieron los Grandes Almacenes El Siglo.
Algunos han visto en la familia Conde el ejemplo de los empresarios catalanes. Poco amigos de grandes alaracas, los grandes almacenes fueron expandiéndose a medida que el público los benefició con su apoyo, hasta que llegaron a ocupar cuatro edificios, con una extensión total de 10.000 metros cuadrados y 1.500 trabajadores. Tuvieron cuerpo de bomberos propio, ofrecían salarios dignos a sus trabajadores y una serie de beneficios de carácter social muy extraños en su época, como vacaciones pagadas o atención médica. Fueron, además, pioneros en mucho más, desde la venta por correo hasta la existencia de una cafetería en el interior del edificio. En El Siglo las señoras podían elegir las telas para sus vestidos y encargar su confección al taller de modistas, instalado en el mismo edificio. También era posible tomarse un retrato, escribir una carta, visitar una exposición de pintura, vestirse de duelo o adquirir una cristalería fina.
Leyenda propia tienen "las sigleras", como se conocía a las empleadas del establecimiento. El escritor Sempronio, cronista de la ciudad Condal, ha descrito cómo a la salida del centro esperaba todos los días una multitud sólo por ver a las trabajadadoras abandonar el local. No sólo tenían fama de guapas y educadas, sino que vestían de uniforme y eran seleccionadas de entre la clase media barcelonesa, lo cual era sinónimo de excelencia. No en vano se dice que entre las empleadas del establecimiento se contaron incluso personalidades, como la esposa del futuro presidente Josep Tarradellas, Antònia Macià.
La leyenda de El Siglo terminó de forma abrupta la madrugada del día de Navidad de 1932, cuando una chispa en un escaparate de juguetes prendió el voraz incendio que terminó con todo aquel esplendor en unas pocas horas. Las magnitudes del incendio fueron tales que no sólo intervinieron los bomberos, sino que se pidió ayuda al ejército. Todo resultó en vano. El emblema ciudadano se consumió hasta los cimientos y en su lugar sólo quedaron un puñado de hierros retorcidos. Las pérdidas fueron millonarias, precisamente por las fechas navideñas en las que se produjo el suceso: los almacenes estaban rebosantes de género. Poco después se decidió su demolición total, hasta el extremo que en parte de los terrenos que había ocupado se abrió una calle -la actual Pintor Fortuny- que antes no tenía salida a Las Ramblas.
La familia Conde reconstruyó el establecimiento en tiempo récord, y en 1934 abrieron las puertas de un nuevo local, en la calle Pelayo. Sin embargo, la guerra civil, que no tardó en llegar, seguida de la Segunda Guerra Mundial, la crisis económica de la postguerra, la muerte de algunos de los miembros más activos de la familia y el cambio decisivo en la sociedad y las costumbres, impidieron que aquel antiguo esplendor se recuperara nunca más.
La leyenda del primer El Siglo feneció entre los escombros.